Por décadas hemos blandido el sólido argumento de luchar por la democracia. Nuestro bando y el opuesto utilizamos ese concepto, cada vez más abstracto y lejano, para justificar nuestras estrategias. Desde las iglesias y desde los palacios del poder siempre se dijo que los seres humanos estábamos aquí para ser felices; para libremente perseguir la felicidad; pero con el pasar del tiempo la felicidad se ha ido convirtiendo en una inalcanzable quimera.
Se nos enseñó que la democracia era el modo universal mediante el cual nos pondríamos de acuerdo para respetar un manojo de reglas generales que nos permitieran hacer escuchar nuestras voces y poder trabajar y desatar plenamente nuestro potencial intelectual acercándonos así, cada día más, a la felicidad. Democracia como vehículo hacia el objetivo.
Pero de pronto; un día, for no particular reason, como diría Forrest Gump, el vehículo se convirtió en objetivo y cualquier cosa quedaba automáticamente justificada siempre que la palabra democracia apareciera levemente ligada a ella. De tal suerte la democracia dejó de ser un vehículo para usurpar el sitial del objetivo. Ya casi nadie habla de la felicidad; de hecho, resulta cursi y anticuado mencionar esa palabra; todo el poder semántico ha sido depositado, por obra y gracia de los poderosos de ambos bandos, sobre la esquiva y gelatinosa democracia; en nombre de ella nos embarcamos en guerras sin fin ni objetivos; sin tácticas ni estrategias y con un sólo cetro: el enriquecimiento de la ínfima minoría a expensas del dolor de la enorme mayoría.
Afirmar que la democracia está en peligro es como gritar FUEGO en un cine repleto; se nos hace la carne de gallina y se nos dificulta la respiración. El otro bando es siempre el mayor peligro para la democracia; pero ya no basta con eso; todo aquel que ose mencionar la palabra felicidad y pretenda dar a la democracia su justo sitio de vehículo en lugar de objetivo es tildado de fascista y de agente de Putin, de Xi, de Castro, de Trump o de cualquiera cuyo nombre pueda provocar pavor según el caso. La democracia no puede estar en discusión porque es la patente de unos corsarios modernos que han decidido venir a por todo y hacer añicos el viejo y precario equilibrio que posibilitaba a todos un trocito de sueño. A partir de ahora pesadilla a pulso y quién proteste se convertirá en un peligro para la democracia.
Pero además de la creciente voracidad de ambos modos de pensar y vivir; de producir y de repartir la riqueza, enfrentamos el hecho de que uno de los bandos ha optado por tomar el atajo y ha decidido usar el vehículo de la democracia por una parte del trayecto para después lanzarlo barranco abajo y quedarse con todo; ellos más que nadie saben que la democracia es sólo un vehículo y han comprendido su enorme utilidad hasta un cierto punto; ese punto de ruptura a partir del cual la democracia se hace agua de borrajas y los que la conducían se quedan con todo para siempre.
Los que vivimos aún en la época de la alternancia todavía batallamos por lograr que se imponga la democracia; que el vehículo sea salvado y preservado; pero al así actuar; nos comportamos de modo irracional e inconscientemente cómplice. Si el vehículo ha sido secuestrado por el enemigo; pues utilicemos nuestro talento para encontrar otro modo de llegar al objetivo: la felicidad. Sea claro; no caeré en la trampa de la manida fórmula dictadura vs democracia; conmigo o contra mí; blanco o negro. Las dictaduras no son tampoco la solución aunque a veces sean un vergonzoso mal menor; si la burguesía chilena no hubiese echado mano a Pinochet hoy Chile estaría peor que Cuba y Venezuela; pero proponer a miles de personas que les toque morir para que yo pueda continuar mi camino a la felicidad es una postura en extremo débil y oportunista. Por otro lado, no escapa a mi análisis que si Allende hubiese obedecido las órdenes de Castro y se hubiese perpetuado en el poder esos que resultaron muertos habrían asesinado a sus victimarios; llega un momento en que la disyuntiva es: o ellos o nosotros; con la excusa de la democracia se han cometido masacres imperdonables y el otro bando ha asesinado mil veces más seres humanos que los que hemos asesinado nosotros, pero esa innegable diferencia a nuestro favor no nos canoniza ni nos exime de responsabilidades; un ser humano muerto es inaceptable.
A la luz del panorama antes descrito nos queda una única alternativa: cambiar de vehículo; la sumisión y la supeditación de los menos a los más; muchas veces por márgenes ínfimos, no es hoy por hoy suficiente ni proponible. El hombre; en su enorme caudal de talento e inteligencia regalado por Dios, cualquiera que sea tu deidad mayor en horas aciagas, puede y debe hallar una salida al atolladero en que nos encontramos. Si en nombre de la democracia y para llegar a la felicidad tenemos que transitar por el tenebroso senderos de niños africanos envenenados por el litio; guerras inventadas por cuatro ladrones que deciden cebarse en nuestra tristeza y narco traficantes que esgrimen fotos de Che Guevara y Carlos Marx mientras violan mujeres inocentes urge cambiar de vehículo. Debemos demostrarle a estos hijos de puta que a la fiesta de los caramelos si pueden ir los bombones; y si no nos dejan entrar pues derribamos la puerta, astíllanos los cristales y nos llevamos la torta.