Ha sido siempre sabio diversificar y evitar colocar todos los bienes de una persona, una familia, un gobierno o varias naciones en el mismo lugar. Pareciera que occidente: y en particular Estados Unidos, adoleciera de una rara enfermedad a causa de la cual es capaz de concebir ideas geniales que luego van seguidas de proyectos mediocres y hasta peligrosos.
El olfato de Richard Nixon (y algún día se sabrá si su caída fue merecida o producto de una trampa más de los señores del Penthouse) mostró su mayor finura al arrancar a China definitivamente de la esfera de influencia de la URSS; la fractura entre ambas naciones se había producido en la década anterior, pero China semejaba esa nave solitaria que vaga en aguas turbias sin rumbo cierto. El binomio Nixon-Kissinger se anotó uno de sus mayores éxitos, pero por su falta de atención y seguimiento del plan, Estados Unidos creó a su nemesis.
No sólo fuimos vergonzosamente incompetentes al permitir que por décadas los mandarines comunistas manipularan y violaran las normas del comercio internacional sino que dimos esta nociva practica como inevitable; se llegó a pensar en ciertos sectores que la sodomizacion de nuestra economía y de la independencia de nuestras empresas por parte de Beijin era el precio a pagar por la victoria de los años setenta. Tal llegó a ser nuestra resignación, o complicidad, que amplios sectores de la política se escandalizaron cuando Donald Trump planteó que urgía dar un vuelco a las relaciones con el gigante asiático. La primera fase del nuevo acuerdo comercial USA - China prueba que no sólo era posible mejorar las cosas sino que resultaba imperativo hacerlo. Por si esto fuese poco hoy nos amenaza el virus corona y una de las mayores consecuencias que pudiera traer esta enfermedad es la alteración del sistema de producción de occidente porque China comunista es el productor o el maquillador de gran parte de los artículos que consumimos.
Habrá que empezar a pensar en crear zonas de producción en Costa Rica, República Dominicana y otras naciones más cercanas y más favorables a nuestros intereses; no se trata de sustituir a China ni de empobrecerla sino de diversificar nuestra dependencia y no permitir que en caso de diferendo político una Junta de comunistas ricachones nos pueda asfixiar económicamente. El reciente acercamiento a la India es una magnífica movida geopolítica; resta supremacía a los chinos y nos aporta otra canasta donde colocar los huevos (de gallina); pero si repetimos el error anterior y no fijamos un techo de exposición productiva en 20 años habremos pasado de manos chinas a manos indias y repetiríamos la actual pesadilla.
La diversificación de nuestra vulnerabilidad debe convertirse en tarea de seguridad nacional de modo que llevemos un control minucioso de dónde producimos y cuánto y en quién nos apoyamos: el libre mercado y la libre competencia no significan caos ni desmadre y disminuir nuestra dependencia en algunos países para repartirla de modo más uniforme entre muchos otros debe ser tarea prioritaria.