sábado, 7 de marzo de 2020

LAS DISTINTAS CAPAS DEL MISMO FENÓMENO.



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En menos de seis meses he leído declaraciones o entrevistas del actor cubano Luis Alberto García que me llaman la atención; conociendo el hecho de que somos un balde repleto de cangrejos corro raudo a reparo y aclaro que este señor no es mi amigo, ni mi conocido, ni pariente lejano, ni jamás le ha dado un like a mis peroratas facebookianas ni de otro tipo. De hecho, en sus tiempos de niño consentido del régimen junto con otros más me resultaba en extremo antipático aunque no puse nunca en tela de juicio su calidad profesional. El hecho de que lo mencione se limita a que por pura casualidad he leído o escuchado sus planteamientos y los coloco dentro del contexto de la dinámica que se ha ido creando de reciente en la relación entre ambas orillas; sépase que siempre para mi este término significa entre cubanos de aquí y los de allá y poco o nada me importa lo mal o bien que se lleven los gobiernos.

Luis Alberto se presenta como muchos otros; por ahora que yo sepa, al menos en público, no cuestiona ni emplaza el poder absoluto de la Junta ni la existencia de un solo partido ni nada del andamiaje y estructura de poder; cuando se le escucha percibimos aquella dependencia casi orgánica del ente superior o Papá Estado que comete miles de errores pero que no es el culpable del desastre. Odio poner palabras en bocas ajenas, pero me parece entender que el señor ve al sistema como negligente y falto de sensibilidad para enfrentar los problemas en lugar de ser el problema, como en efecto es. Cuba no es un desastre porque el régimen tenga deficiencias; es la existencia misma del régimen lo que crea el desastre. Hasta esa básica y primaria conclusión como origen de cuanta tragedia pueda existir no logra llegar el actor; pero se hace cada vez más claro que para lograr identidad de criterios en algunos puntos es necesario ampliar la perspectiva de los mismos y no atrincherarnos en “mi discurso o el silencio”. Es mucho más útil esta tibia crítica que el sepulcral silencio que por décadas ha reinado.

Antes uno se marchaba de Cuba y empezaba a despotricar contra el régimen una vez en tierra de libertad mientras los amigos dejados atrás o nos contradecían o guardaban un silencio respetuoso optando por hablar sobre nimiedades. Hoy alguien se va y despotrica contra el régimen; pero muchas veces el amigo que se deja atrás no critica al régimen con nuestra acritud, pero tampoco lo defiende; quizás considere aún que somos un tanto extremistas pero sabe que algo anda mal. Ya a ambos lados del estrecho sabemos y decimos sin temor que algo anda mal; incluso que muchas cosas andan muy mal; ahora es la causa de ese mal en lo único que parecemos aún no estar de total acuerdo. Muchos me dirán que a este paso se necesitarán doscientos años para que algo cambie en la isla; es posible; pero yo señalaría dos verdades: la primera que el agua demora minutos para llegar al punto de ebullición; pero una vez alcanzado hierve en centésimas de segundo. La frustrante e innegable lentitud en la acumulación de cambios cuantitativos no debe impedirnos vislumbrar la celeridad del cambio cualitativo. La otra verdad que deseo señalar es algo que convenientemente evitamos señalar: pretendemos enseñar a los de la isla cómo ser libres; les damos lecciones y nos incomodamos con la lentitud que muestran en asimilar el más rudimentario concepto; ah; pero Albertico se percataría de esta irónica realidad: los esclavos de allá; ignorantes de las más elementales normas de convivencia en libertad hoy son libres; al menos en teoría, de salir del país cuando lo deseen. Nosotros; los campeones del libre albedrío todavía aceptamos resignados y cabizbajos la humillación de suplicar a un esbirro que nos permita entrar en casa.

Algunas categorías de cuenta propistas han protagonizado conatos de huelga e incluso marchado hacia los centros del poder exigiendo respeto a sus derechos; claro; aún no hablan de libertad, pero al menos protestaron; nosotros incluso para congelar el envío de remesas y los viajes no logramos ponernos de acuerdo; no hablamos con voz común y nos desgastamos en rencillas inútiles ante la sorna y el desdén de los sicarios de la Junta. Mantenemos un país y no somos siquiera capaces de exigir el respeto que merecemos. Me pregunto si relativamente hablando no estamos mucho peor que este artista.

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