Nunca conocí a Marti; desde pequeño me lo atragantaron como aceite de ricino y durante mis sesenta años de alquiler en este incomodo apartamento que llamamos vida he ido variando mi percepción del ser más importante de la islita en que nací. No tendré la oportunidad de hablar con él a menos que el más allá de veras exista y las almas no envejezcan.
Culpamos a Fidel Castro de haberlo usado como coartada para masacrar soldados mientras dormían, pero no comprendemos hasta qué punto emulamos al dictador. Cada vez que alguien desea imponer una tesis allá va el pobre Pepe con la responsabilidad. Marti quiso esto, Martí quiso lo otro. Quizás por mi innata irreverencia considero que el Apóstol poseia como mayor virtud el llevar consigo los principales "defectos" del ser humano y aún así crecer a dimensiones olimpicas. Cuando le endilgamos la paternidad de tal o más cual teoría para justificar nuestras enclenques posturas no hacemos más que deshumanizarlo; es como esos retratos de Maceo que tanto abundan por ahí donde el Titán de Bronce parece casi un rock star británico con la piel y los ojos a años luz de su afrodescendencia.
Marti era Marti y punto; con una pasión del siglo XIX que le colmaba el alma y una visión del siglo XX que le quitaba el sueño. Asumamos nuestras persuasiones y conclusiones sin contaminar a nuestro héroe; luego del calvario que fuera su vida merece reposar en paz.
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