domingo, 26 de abril de 2015

EL RETROCESO POSPUESTO

En esta apacible tarde de domingo tras desayuno, quickbooks y programas de trabajo mensuales conversaba con un amigo al teléfono sobre la ironía que reviste el momento en que vivimos así como cuan breve, simple y manipulable es la memoria de los seres humanos; peor aún, la enorme mayoría padece de pura amnesia histórica mientras unos pocos mostramos paquidermica memoria para hurgar entre la ropa sucia de los demás mientas nos abate un tenaz Alzheimer cuando se trata de lavar la nuestra; en mayor o menor grado todos caemos en tan sórdida trampa y yo no soy la excepción; precisamente porque reconozco este límite trato de elevar mi análisis a niveles conceptuales, categóricos y sinópticos dejando atrás lo más posible el anécdota y la lanzadera de fango indiscriminada. No se trata de que haya perdonando a mis enemigos, al contrario, les niego la posibilidad de pillarme en imprecisiones históricas o de que se me escape algun improperio o una lágrima, la polarización en el caso cubano es tal que nos hace recorrer la escala de las sensaciones de una punta a la opuesta con vertiginosa volubilidad. De palabrotas estoy harto y lágrimas parecen no quedarme; de ahí que de reciente me relaje contemplando los fenómenos históricos y el cinismo intrínseco en los mismos.

La segunda mitad de los años cincuenta se caracterizó por el paulatino "abandono" de la propiedad de tierra para la molienda azucarera por parte de empresarios americanos y de su consecuente adquisición por parte de propietarios criollos; unos días antes de la entrada del Caligula tropical en La Habana los americanos poseían sólo el 30% de la caña que molían viendose obligados a comprar caña de colonos cubanos para colmar sus necesidades; esto no fue producto de  revoluciones violentas ni de manifestaciones callejeras sino del surgimiento de posibilidades más atractivas en otros sectores de Estados Unidos luego de la Segunda Guerra Mundial, de algunos de los preceptos contenidos en la constitución del 1940 y del paulatino surgimiento y consolidación de una burguesía nacional que desbordaba los estrechos límites del negocio familiar, la oferta culinaria y los servicios esenciales. El general Fulgencio Batista, quien jamás podrá aspirar al perdón por parte de la historia, mantenía las mejores relaciones posibles con el vecino del norte sin dejar de otear allende el Atlántico en busca de opciones como la construcción del flamante túnel de la Bahía de La Habana por una empresa francesa.

Quizás a Washington tal estado de cosas no le gustaba; quizás el racismo subyacente en tantos criollos creados por españoles que nada tenían que ver con la isla y que habían sido traídos para "blanquearla"  (es el caso del padre de los Castro) motivo ligereza y miopía en los ámbitos burgueses nacionales al punto de llevarles a utilizar a un gángster con tal de desembarazarse del negro vestido de soldadito, seguramente la ambigüedad de ese puñado de seres que convivía en relativo bienestar económico pero que jamás logro superar la barrera del club, el barrio, la provincia para convertirse en nación. Todo lo anterior y quien sabe que oscura y oculta deuda para con el creador nos llevo a borrar nuestras mentes, vaciar nuestros corazones y entregarnos a la presunta lucha contra la dominación imperialista precisamente en el instante de mayor independencia económica que jamás habíamos disfrutado.

Hoy, 57 años, miles de muertos y millones de traumas más tarde; el ex gánster agoniza entre una alucinación y la próxima, su tácita viuda vive aterrorizada pensando en la venganza del cuñado por décadas humillado que golpea desesperado el majestuoso aldabon del Imperio lanzando una postrer amenaza: "después de mi el diluvio"; así las cosas, sea porque la burocracia americana jamás aprendió la lección, porque en el fondo era lo que perseguía aquel diciembre de 1958 o porque es el destino manifiesto de esa infeliz islita los cubanos retroceden indefensos sobre sus pasos sin siquiera mirar por donde pisan y se resignan a la total sumisión y supeditación a una potencia que quizás ya ni la desee.

Siempre ocurrió a fines de administración, siempre en invierno, siempre llego un nuevo presidente frotando su cabeza con impotente ignorancia e indeciso sobre que hacer con ese amasijo de harapientos que estuvo a un supiro de tenerlo todo y parece condenado por la historia a la más abyecta nulidad.

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