En los últimos días hemos tenido largas discusiones sobre si los cubanos somos racistas, si en Cuba había racismo antes de 1959 y si los cubanos del exilio somos racistas. Creo que el hecho que se hable del tema es útil y beneficioso para todos, pero al mismo tiempo el solo negar que haya existido racismo en la isla (nadie duda que bajo el actual régimen exista) o que exista entre los que dejamos nuestro país natal es ofensivo y mezquino.
Para entender hasta qué punto de negar lo innegable hemos llegado bastaría citar que muy pocos ocultan que sufren rezagos de machismo o de homofobia, pero cuando se menciona la palabra raza todas las antenas se activan y los mecanismos de defensa se movilizan al máximo. Salen a relucir todos los amigos negros, las nodrizas, incluso esa negra que les gustaba tanto pero claro no se casaron con ella porque tú sabes cómo es eso; se echa mano al barrio donde crecieron entre negros; algunos hasta vivieron en un solar. No tengo motivos para dudar de la autenticidad de tales afirmaciones, lo que cabe preguntarse es que sucedió con el amigo negro, con la nodriza o con la bella mujer que fue casi la esposa de alguien pero que no llegó a serlo porque tú sabes cómo es eso.
Es innegable que los negros nos echamos encima el peso fundamental del la guerra del 95; quizás porque éramos los que menos teníamos que perder, pero lo cierto es que fue sobre nuestros hombros que se llevó al reino español al punto de la desesperacion. Una vez obtenida la independencia la contribución de los de piel más oscura fue convenientemente soslayada y caímos en décadas de subestimación, desden e incluso brutal represión cuando decidimos, haya sido o no la mejor opción, alzarnos contra el injusto modo en que éramos tratados. Debemos dejar claro que "alzarse" era el modo en que se dirimían las diferencias a la sazón; era como el crío que pierde jugando a las postalitas y en lugar de aceptar su derrota grita: "maniguitiiiiii" y se marcha de prisa con todas las postalitas en juego. El marido le decía a su esposa que regresaría por la noche y se marchaba a la colina más cercana con dos o tres amigos; allá iban los oponentes con un maletin lleno de dinero y aquí no ha pasado nada. Quizás la descripción es en extremo caricaturesca pero en sustancia describe la costumbre de entonces; ah, pero cuando nos alzamos nosotros el maletín estaba lleno de plomo y el resultado fue la muerte de 3,000 negros cubanos.
La verdad es que siempre existió el racismo; los negros llevamos la peor parte y eso continúa ocurriendo en una Cuba donde la proporción de negros ha aumentado a niveles jamás alcanzados antes. De varios sitios llegan llamados a posponer la lucha por la integración racial hasta después de la llegada de la democracia a la isla; una vez más se nos propone la integración como un derecho de segunda clase y esto no hace más que confirmar que los vestigios de racismo existen aún entre nosotros. Por suerte cada vez más blancos cubanos comparten la preocupación sobre el tema y perciben la necesidad de una verdadera integración, el mundo cambia y los jóvenes y niños educados en esta gran nación no aceptan las medias tintas ni las frases evasivas.
Por otro lado, es cardinal que hagamos comprender a aquellos que albergan prejuicios raciales que tal limite mental no los convierte automáticamente en malas personas o indignos de respeto y consideración, los prejuicios se adhieren como costra a nuestras almas y se hacen muy difícil de extirpar sin llevarse con ellos una parte de las mismas. Para los que luchamos por un mundo mejor en todos los sentidos la comprensión, la paciencia y el ejemplo son nuestras armas más efectivas
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