El Partido Republicano está en alarma y sufre taquicardia; los sesudos que de modo chapucero e inepto sostienen las riendas solo AHORA se han percatado de que Donald Trump disfruta de enormes posibilidades de ganar la nominacion y están sugiriendo subvertir el orden democrático y realizar una maniobra digna de las republicas bananeras de las que muchos de nosotros escapamos un día. Comparto el criterio de que el Donald no parece tener explicaciones serias sobre los planes que promete una y otra vez; hay quienes temen que nos lleve a una confrontación comercial e incluso bélica con otras naciones. Estas elecciones me encuentran en total indecisión sobre quién debe ocupar la Casa Blanca por los próximos cuatro años, pero un partido no puede respetar las reglas cuando le conviene y violarlas en el momento que considere que el status quo peligra.
La conspiración que parece fraguarse para privar al empresario de Queens de la competencia por la presidencia amenaza con dejar a millones de americanos con un mal sabor y la sensación de haber sido estafados e ignorados; no perdamos de vista que llegamos a este grado de hastío en el electorado porque el presidente Obama no cumplió algunas de sus promesas y le dimos la Cámara de Representantes a sus oponentes; estos no lograron hacer nada para variar el rumbo de la política americana y se quejaron de que la Cámara no era suficiente y había que darles también el Senado; se lo dimos en las últimas elecciones parciales y aún con el legislativo en pleno a su favor los republicanos traicionaron de modo escandaloso las expectativas del ciudadano descontento; es infantil pensar que luego de tanta frustración nos quedaríamos con los brazos cruzados y no correríamos tras el primer individuo que nos sedujese con cantos de sirenas.
En la infinita, proverbial y tenaz arrogancia y en la perenne impunidad que los establishments crean a su alrededor la dirigencia republicana se obstina en proponer soluciones de todos tipos menos la ÚNICA que puede salvar al partido de Lincoln: la total y más capilar renovación de sí misma, la búsqueda intensa de miembros que observen los desafíos que nuestra gran nación enfrenta sin priorizar su propia permanencia en el escenario. Confabulándose contra Trump los republicanos atacan el efecto pero no la causa; luchan contra los síntomas pero no curan la peligrosa enfermedad que han contraído y se auto condenan a regalar al Partido Demócrata la presidencia y la selección de jueces para la Corte Suprema por los próximos veinte años.
Del otro lado vemos con creciente disgusto la farsa de una fingida competencia en la que el socialista Sanders representa su papel con digno estoicismo; criticando a la pre elegida pero evitando hacer referencia a sus verdaderos puntos débiles. La señora Clinton por su parte actúa como si no estuviese bajo investigación y como si los numerosos escándalos que a lo largo de estos años han afectado a su familia fuesen cosas del pasado. Su cercanía a donantes foráneos así como su incompetencia y pobre juicio al mantener comunicación a través de un servidor inseguro la colocan como potencial víctima de chantaje.
Este es el circo kafkiano que el americano medio ve hoy cada vez que hojea un periódico o navega en Internet. Decididamente no nos sobran razones para albergar optimismo.
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