Al llegar a una cierta edad y estar en busca de consensos y criterios comunes para marchar adelante e intentar transmitir determinados mensajes se cometen errores; se cae en el vacío de crear multitudes heterogéneas en el sentido más nocivo de la palabra con la ingenua esperanza de que estas se conviertan en generadoras de opiniones y tendencias; en síntesis: se sacrifica la calidad con tal de lograr cantidad y no se alcanza ninguna de las dos. En ese error caí yo también. Y no se trata de clasismos ni elitismos, se trata simplemente de que las visiones del mundo no se basan en uno o dos criterios más o menos afines sino en la enorme mayoría de opiniones y conceptos, se puede diferir en determinados aspectos, pero seres diametralmente opuestos jamás lograran llevar adelante un proyecto serio ni convertirse en opción viable de nada.
Creo que todo comenzó en torno a la desafortunada muerte de Trayvon Martin o quizás antes; mi justa irritación ante la manipuladora manera de proceder del presidente y de muchos auto titulados defensores de los derechos de los afroamericanos me acerco a personas que criticaban con encono y persistencia tales males; más allá de los años que llevo en este planeta pase por alto abismales diferencias de trayectoria, educación y sentimientos para unir mi voz a protestas que eran (y son) justas y genuinas. Como si la oposición al presidente y el rechazo al castrismo bastaran para que el aceite y el vinagre pudieran mezclarse. No faltaron los hechos que debieron alarmarme; las alusiones racistas, los comportamientos en extremo resentidos, el arremeter contra todo y contra todos con tal de sobresalir, el continuo, cobarde y conveniente llamado a la rebelión desde la comodidad de un hogar americano, la crítica por la crítica y en especial, en la inmensa mayoría de los casos, una desconsoladora pobreza intelectual y creativa así como una retórica en extremo visceral y muy poco contemplativa. Por ingenuidad, por facilísimo, por falta de honestidad, o por la letal mezcla de vanidad y oportunismo lo justifique todo una y otra vez con el manido pretexto de la frustración que provoca el perverso prolongarse del régimen de La Habana y los intentos de destruir esta gran nación (Estados Unidos) que se observan en los últimos tiempos. Me conformé con la aversión que compartíamos hacia algunas cosas sin preocuparme por la falta de amor común hacia tantas otras, me sumé al coro de los que desayunan salfuman cada mañana y pasan el resto del día vomitando fuego, a los que ven en sus fracasos siempre la culpa ajena y nunca la falta propia; a los que no odian como última alternativa ante hechos injustos e injustificables sino que aman única y exclusivamente al odio, al desprecio iconoclasta y absoluto hacia todo aquello que no se atenga a sus estrechos, arcaicos y obsoletos criterios
Esta gente jamás me considero uno de ellos sino que me utilizó mientras pudo como megáfono de la histérica estridencia del odio ciego. Un día comencé a sentir el peso insoportable de las toxinas en el cerebro y cada vez me alejaba más del verbo incendiario; se fue creando el espacio entre ellos y yo que culminó en un abismo insalvable que hoy nos separa por suerte para ambas partes. Poco a poco se produjeron velados y no tan velados ataques, bloqueos en FB y respuestas de mi parte. Hasta donde puedo observar este grupo se compone de un núcleo de pocas personas alrededor de las cuales van a parar con mayor o menor frecuencia esos aspirantes a bohemios que como yo, a causa de lícitas razones de molestia, comparten determinadas protestas pero irremediablemente caen en el ciclo perverso de la queja auto destructiva y de repente se ven sumidos en un concurso para determinar quién la "dispara" más alta y escandalosa, poco importa la forma y la sustancia, la consigna es tierra arrasada, quien no está con nosotros debe ser destruido y cabe preguntarse una actitud de ese tipo al fin y al cabo a quién beneficia? Si todos los que se oponen a tal absolutismo son tildados de agentes castristas quien sale ganando?. Si se da como única salida la imposible y por demás egoísta hipótesis de la insurrección teledirigida desde esta orilla y el resultado es el lógico inmobilismo quien emerge victorioso? Por aquello (no importa quién lo haya dicho) de que tras un extremista se oculta invariablemente un oportunista se hace imperativo analizar con calma este tipo de comportamiento y esta sospechosa virulencia.
Existen sin duda modos de oponerse a un presidente negro sin caer en posturas racistas; de cerrar el camino a la extrema izquierda sin ser fascistas y de reclamar nuestros derechos sin ser chusmas ni ofensivos. Era mi deber no haberme siquiera relacionado con el tipo de persona que no puede sostener un debate civilizado sin lanzar diatribas ni insultar, pero más vale tarde que nunca; a veces se necesita la bofetada externa para caer en cuenta de lo mal que se ha actuado; de entre mis queridos amigos una persona me pregunto sin medias tintas: "de dónde sacaste a esta gente?"; mi elusiva respuesta fue: "bueno, tú sabes que en las redes se busca contactos y a veces se producen sorpresas". No es cierto, no fue para mí ninguna sorpresa. Una vez más queda probado que el enemigo de tu enemigo es rara vez tu amigo.
Y no se trata de anular el debate; la sana y limpida discusión es fuente inagotable de sabiduría y razón; creo que me sentiría inválido si no pudiese intercambiar con mis semejantes. A lo que me refiero, por si no hubiese logrado explícame con suficiente claridad, es al grupito de frustrados y fracasados que se refugian tras carcomidas murallas de una lógica anciana y ensordecen con sus estribillos a tono de papagayos. A los que buscan el problema y no la solución, a los que odian mucho y aman poco, a los que son solo capaces de destilar una viscosa y amarga envidia.
Por lo que a mí respecta, reconozco mi pobreza de juicio y desde ya comienzo a sentir la saludable ligereza que produce el liberarse de un peso muerto. Vayan con Dios.
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