Cualquier reivindicación que logremos como emigrados en nuestro país de origen, por pequeña que pueda resultar, es motivo de regocijo para mí. A esta comunidad de modo espontáneo o inducido (poco me importa) le dio por protestar ante la discriminacion que el régimen de La Habana pretendía perpetrar en su contra y los ancianos parecen haber finalmente eliminado una regulación que jamás debió existir. El punto no es si viajar a Cuba es correcto o no, si utilizando los servicios de ese paquete turístico se apuntala al régimen o no; el punto es que los cubanos debemos contar con las mismas prerrogativas con que cuentan los emigrantes de este mundo; luego somos nosotros quienes soberanamente decidiremos si debemos "bojear" la isla u optar por no hacerlo. Tengo no pocos amigos que aborrecen las armas de fuego pero defienden como fieras la segunda enmienda; nunca empuñaran una pistola pero comprenden la importancia de arrebatarle el poder de decisión a la burocracia; esto se multiplica exponencialmente cuando hablamos de un sistema totalitario. Quizás no era este destartalado "barquito" y su mediocre producto turístico el punto donde debía iniciar al rescate de nuestros derechos, pero quizo el azar o quién sabe cuál maniobra que partiéramos de aquí; el problema es ese: verlo como punto de partida por imperfecto que pueda ser y no como pírrica meta.
Desdeñar este minusculo paso adelante es injusto y estratégicamente erróneo; sobrevalorar el éxito y pensar que algo ha cambiado realmente es suicida. Como ocurre casi siempre; los dos extremos son dañinos y no hacen más que profundizar la histórica fragmentación que padece el exilio. Hace muchos años que a través de los canales que estime conveniente y en la modalidad que considere apropiada, nuestra comunidad está en el sagrado deber de formular su "pliego de exigencias" dentro del cual entrar por mar no es sino un acápite más. No es concebible que pretendamos enseñar o "empoderar" a los compatriotas dentro de la isla cuando hemos aceptado el defacto decreto que nos cataloga como personas de tercera clase aún cuando con nuestro sudor damos un sostén al enclenque aparato que impera en la más grande de las Antillas. Los cubanoamericanos debemos usar la fuerza negociadora que significan las remesas y los viajes (más allá de cuál sea nuestro criterio sobre los mismos) para borrar esta añeja afrenta. A mi juicio debemos iniciar por tener derechos nosotros si queremos mostrar a los de dentro como obtenerlos. Nuestro peso específico muestra tendencia a la baja, de continuar desperdiciando oportunidades llegaremos a un momento en el que hayamos perdido nuestro poder de "persuasión". Mi respeto a Ramón Saul y a todos los que contribuyeron a armar esta algarabia, pero parafraseando al "pastor mediador" estamos en el deber de formar un gran "lio" para tutelar nuestros derechos básicos y primarios como emigrados reconozcamos o no a quienes detentan el poder en nuestro país natal..
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