martes, 10 de mayo de 2016

EL ULTIMO FARSANTE




Acabo de leer el intercambio entre mi amigo Mario Adolfo Marti Brenes y el cantautor Silvio Rodríguez. Pienso que el grado de desprestigio al que ha llegado Silvio lo descalifica para este tipo de debates; ya Carlos Alberto Montaner se embarcó en una empresa parecida y a mitad de camino la epístola se interrumpió.

Mario enumera a Silvio lo que no funciona del sistema; que es casi todo, pero como buen científico lo observa desde el ángulo académico; no desde el rincon oscuro de una angosta y maloliente celda tapiada. Tiene razón en todo lo que plantea pero el pecado de los Castro trasciende lo ético y lo estético y entra de lleno en lo material; se traduce en términos de miedo, de pánico, de hambre, de miseria humana y de una innegable e inexplicable injusticia. Con el tiempo ha madurado en mi la certeza de que la culpa de Castro no es tal o más cual abuso o exceso; su principal delito es simplemente estar ahí; haberse siquiera propuesto para guiar los destinos de ese intento de nación que un día fuimos. No existe revolución traicionada ni desviada de su curso porque nunca hubo revolución; desde el primer día fue la venganza de un energúmeno con su sinfín de complejos contra el pequeño e insignificante país con el que Dios lo había castigado haciéndolo nacer. Nunca nos perdono ni nos perdonara ser sus compatriotas y hasta el último aliento nos hará pagar esa mala pasada a que la vida lo sometió. Y aún así, Fidel Castro no es la enfermedad sino el síntoma, refleja cuan cortos nos quedamos y cuantos demonios asecharon desde el primer día nuestro intento de ser cubanos.

Mario lo contradice; debate, agita verbos y adjetivos terminando con un pasaje en extremo existencial de particular belleza lexical que poetas como Silvio deberían apreciar por encima de todo, pero la soberbia del artista y la costumbre de la impunidad profesional le impiden recoger el guante de seda con viril y elegante reverencia. El juglar de presuntas glorias pasadas sufre una simbiosis de quebrantos en lo físico y en lo intelectual y parece incapaz de sostener el menor intercambio. Decide cual izquierda es buena y cuál no y este es el estilo de aquel mejunje de mediocridades, genes caducos y mucha "mala leche" que se llama castrismo. Debe ser en extremo difícil ser Silvio, en particular cuando él se ha convertido desde hace años en el insecto que nos proponía como ente negativo y genuflexo durante aquellos años en que aún era ser humano, hombre e intelectual honesto. Hoy el "guajirito" se comporta de modo errático e histérico en franca emulación de las peores y más estridentes responsables de vigilancia de los CDR; ese aborto de la comunidad que tantas vidas destruyo y que jamás sirvió para vigilar nada que no fuese quien se solazaba con quién y quién ingería unos gramos más de alimentos. Pluma en ristre cree poder avanzar en la especie de cuerda floja que escogió como camino sin comprender que su caída al vacío ya ocurrió. 

Pero este señor es insignificante, los hechos se sucederán en lo adelante con vertiginosidad y ese paramo aburrido donde por décadas no ha ocurrido nada marchara hacia los derroteros que Dios le haya asignado sin tener en cuenta los lobos moribundos que puedan aullar en la noche. Sobre lo que deseo llamar la atención es la inmutabilidad de métodos y formas; no obstante las sonrisas, el coqueteo del jet set mundial con Macondo, las trincheras semánticas y físicas pertenecen en pie, la histeria como vehículo y la falacia como discurso son más que nunca el cincel de quienes esculpen el mundo del absurdo. Mario es un hombre en sus setenta; con la rara paz interior que solo el infinito amor a la vida y la gente pueden procurar. El Salieri tropical vegeta en su vetusto castillo siempre listo al lento y torpe zarpazo si sus ancianos patrones se lo ordenan. Ninguno de los dos vive en la Cuba que hubiera preferido, pero mi amigo dejara este mundo con una sonrisa pícara, burlona y provocadora. Silvio se consume en un rictus mitad vida y mitad muerte del que la esperanza se evaporó; entre apócrifo ritmo de timba, humo de puro adulterado y muecas fingidas la isla va a la deriva y de ella escapan precipitadamente todos los que pueden. El autor no está en la isla compartiendo la suerte de la mayoría de sus habitantes; está allá porque le conviene, porque lo dejan vivir como rey en tierra arruinada donde los que quedan lo han hecho por falta de medios para largarse.

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