Lo mas tipico de Cuba es lo atipica que resulta; lo sutil de las fronteras y las diferencias y lo resbaloso de los conceptos; me atrevería a afirmar que desde el fin de la guerra del 1895 los cubanos saltamos de un bando al otro con impúdico desenfado y según la tendencia del momento; amigos y enemigos se reconcilian y se enemistan en un zigzag histórico que provoca vahídos a cualquier estudioso. El tema racial no escapa a esta perversa dinámica y resulta oportuno y necesario en un aniversario más del natalicio de Martín Luther King Jr. abordar con valentía el tópico.
En el uso que el español dio al negro esclavo se incluye la categoría de trabajador doméstico y dentro de la misma el título de calesero merece especial atención. El calesero era el que conducía la calesa, uno de los varios tipos de carrozas tiradas por caballos muy difusas antes de la aparición del automóvil. La imagen de este perfil ha llegado a nuestros días como la de un negro dicharachero, simpático, sagaz, con tintes bufonescos que junto a su proverbial habilidad para evitar el castigo contaba con amplios dotes de diplomacia e intriga. En tiempos más recientes el término es utilizado en modo peyorativo para definir a personas que sirven de instrumento a causas poco loables y en específico en el caso del proceso cataclismico que ha azotado la isla por mas de cincuenta años el vocablo se deja caer con inmenso desdén sobre los hombros de negros que desde posiciones periféricas e irrelevantes han permitido que el régimen les utilice a su gusto y conveniencia.
Algunos de esto señores y señoras escaparon de la pesadilla cuando las ínfimas prebendas que la dictadura les otorgaba les fueron retiradas. De la noche a la mañana experimentaron una singular metamorfosis que les catapulto sin ton ni son a la cabeza de la intolerancia; afloraron en muchos de ellos todos aquellos conocimientos y memorias que guardaban de un tiempo mejor e iniciaron el nocivo proceso de dar a todo una explicación racial.
Portadores de un bochornoso retraso a su cita con la historia ocultan sus faltas bajo ese manto de extremismo que no conoce límite ni medida; emiten juicios lapidarios con énfasis y con toda aquella pasión por los derechos de su raza que durante diez lustros jamás mostraron. Sin el menor escrúpulo halan de la solapa a aquellos a quienes no se atrevían a saludar en Cuba por temor a comprometerse para, con talante paternalista, mostrarle como y cuando lograr la integración racial.
Por desgracia estos seres no son producto de mi imaginación, existen y aguardan agazapados la primera tribuna para saltar sobre ella, apoderarse del micrófono y no dejar de hablar jamás; émulos de su mentor y guía Fidel Castro, consideran aún hoy poseer la verdad y las soluciones y nutren infinito desdén por el resto de sus semejantes, en especial si son de su mismo color de piel.
En el uso que el español dio al negro esclavo se incluye la categoría de trabajador doméstico y dentro de la misma el título de calesero merece especial atención. El calesero era el que conducía la calesa, uno de los varios tipos de carrozas tiradas por caballos muy difusas antes de la aparición del automóvil. La imagen de este perfil ha llegado a nuestros días como la de un negro dicharachero, simpático, sagaz, con tintes bufonescos que junto a su proverbial habilidad para evitar el castigo contaba con amplios dotes de diplomacia e intriga. En tiempos más recientes el término es utilizado en modo peyorativo para definir a personas que sirven de instrumento a causas poco loables y en específico en el caso del proceso cataclismico que ha azotado la isla por mas de cincuenta años el vocablo se deja caer con inmenso desdén sobre los hombros de negros que desde posiciones periféricas e irrelevantes han permitido que el régimen les utilice a su gusto y conveniencia.
Algunos de esto señores y señoras escaparon de la pesadilla cuando las ínfimas prebendas que la dictadura les otorgaba les fueron retiradas. De la noche a la mañana experimentaron una singular metamorfosis que les catapulto sin ton ni son a la cabeza de la intolerancia; afloraron en muchos de ellos todos aquellos conocimientos y memorias que guardaban de un tiempo mejor e iniciaron el nocivo proceso de dar a todo una explicación racial.
Portadores de un bochornoso retraso a su cita con la historia ocultan sus faltas bajo ese manto de extremismo que no conoce límite ni medida; emiten juicios lapidarios con énfasis y con toda aquella pasión por los derechos de su raza que durante diez lustros jamás mostraron. Sin el menor escrúpulo halan de la solapa a aquellos a quienes no se atrevían a saludar en Cuba por temor a comprometerse para, con talante paternalista, mostrarle como y cuando lograr la integración racial.
Por desgracia estos seres no son producto de mi imaginación, existen y aguardan agazapados la primera tribuna para saltar sobre ella, apoderarse del micrófono y no dejar de hablar jamás; émulos de su mentor y guía Fidel Castro, consideran aún hoy poseer la verdad y las soluciones y nutren infinito desdén por el resto de sus semejantes, en especial si son de su mismo color de piel.
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